Si nos guiáramos por las informaciones que recibimos por varias fuentes, con apenas 20 años nos estaríamos poniendo cremas antiedad, tomando pastillas para adelgazar y sometiéndonos a operaciones antiaging con cierta prisa por si las moscas.
Pero ves que no es racional ni natural, ¿verdad?
Los anuncios de televisión sobre cremas antiedad ponen a chicas muy jóvenes, quejándose de las arrugas de expresión, de ciertas pieles que han perdido elasticidad… No tiene sentido. De forma subliminal mandan mensajes a chicas homólogas con el fin de que se apresuren a adquirir dichas cremas si no quieren que sea demasiado tarde.
Por ello, es necesario tener un cierto conocimiento de el funcionamiento biológico de nuestro cuerpo para entender cuando empezamos a requerir de dichos productos para frenar el envejecimiento.
El cuerpo se oxida, envejece. De hecho nos oxidamos cada vez que respiramos, pero no a la velocidad que nos hacen creer. Hasta los 30-35, el cuerpo funciona en plenitud, tiene elasticidad, juventud y vitalidad (siempre que tus hábitos de vida sean saludables).
A partir de esa edad es cuando empezamos a realizar el efecto inverso. Es decir, no sintetizamos igual todos los micronutrientes y por ende, empezamos a ver ciertos aspectos que van cambiando por el puro efecto del tiempo.
Hasta los 30-35, sólo deberías de preocuparte por hacer ejercicio, aplicarte cremas hidratantes y tener una dieta saludable. Después, observa los cambios de tu cuerpo y adquiere la crema que más se adecue a tus necesidades.
Lo habitual es que siempre lo consultes con tu dermatólogo ya que de lo contrario acabarás adquiriendo decenas de cremas las cuales no servirán para tu piel.
¿Puede una crema frenar el paso del tiempo?
No frena el paso del tiempo pero sí atenúa sus efectos. Si desde que empiezas a visualizar las primeras arruguitas te aplicas una crema poco invasiva, que hidrate y además contenga sustancias como ácido hialurónico, te asegurarás prolongar la juventud de tu piel lo máximo posible.
